El momento de la verdad
Cómo aprovechar las oportunidades a pesar de tu síndrome del impostor.
Este es un programa ejecutivo de clase mundial.
Somos unos cincuenta participantes de Japón, Estados Unidos, Italia, Reino Unido, Canadá, Polonia, Nueva Zelanda, Chile y así.
Hay compañeros que llevan décadas administrando cientos de millones de dólares y tomando decisiones que afectan a inversionistas globalmente influyentes.
Soy el único que no tiene un background en finanzas, banca o así.
Nos asignan una gran cantidad de material de estudio. Me toca beber contenido profesional a un ritmo intenso que no experimentaba desde mis clases de maestría en el Tec de Monterrey por allá del dos mil ocho.
Nos organizaron en equipos. El mío tiene a un abogado basado en Washington, socios de firmas de venture capital de Silicon Valley y otras personas en ese estilo. Una científica de Australia a cargo de una aceleradora biotech con fondos de cientos de millones de dólares del gobierno de su país es quien emerge como líder natural del grupo. Trabajamos en este salón desocupado, en aquella cafetería, en los jardines de la institución, discutimos presencialmente y en línea. Diseñamos nuestro argumento para la decisión que vamos a presentar al día siguiente y todo listo.
Hay seis equipos. Fuimos el grupo uno. Nos van a invitar a pasar al frente al azar y —adivinaste— los primeros seleccionados somos nosotros.
Lo normal —lo que todos asumíamos— es que nuestra amiga científica australiana iba a presentar nuestra posición. Sus argumentos habían sido muy buenos durante el proceso y su dominio del tema había quedado claramente comprobado.
Llega el momento de la verdad. El micrófono pasa de mano en mano hasta que —en alguna especie de acuerdo tácito del que todos menos yo están bien enterados— aterriza en mí.
Yo sabía que esto iba a pasar porque conforme pasan los años me estoy convirtiendo cada vez más en brujo. Lo presentí desde que nos asignaron a los integrantes de cada equipo.
Ese día decidí despertar a las cinco —las presentaciones iniciaban a las ocho y media de la mañana— y me puse a estudiar con Claude 3 Opus y ChatGPT Plus. Cargué en ambas plataformas el caso de estudio, nuestras notas y conclusiones y la configuré para que me hicieran preguntas modelando a mis profesores cubriendo varios ángulos. Las hice que me explicaran —como si yo fuera niño de diez años— conceptos legales que no entendía y ecuaciones que no me quedaban claras. Del treinta por ciento que entendía antes de este repaso, pasé a un sesenta y cinco.
De no haber hecho todo eso, habría sido el hazmerreír silencioso. Recuerda: estoy frente a un grupo de nerds de clase mundial en el que se espera de manera aburrida y normal que entiendas perfectamente palabras y conceptos que jamás atraviesan el radar del 99.9% de la población.
La científica se hizo atrás. No quiso explicar. Me llevaba dos décadas de vida de ventaja en edad y cuatro en experiencia en este mundo. Me miró y me empujó a hablar en nombre de todos nosotros. Y eso hice. Y estuvo bien. Y sobrevivimos y más.
Esto es lo que veo todo el tiempo, te lo juro: hombres y mujeres preparados que no se la creen y nos dan gratuitamente el espacio a tipos improvisados como yo que tenemos la capacidad de solucionar rápidamente pero que por dentro estamos espantados cargando con un enorme síndrome del impostor.
Después de la presentación, varios compañeros de otros grupos se acercaron a consultar conmigo cómo había obtenido tal y tal valor en algunos de los cálculos que presenté de nuestra decisión y así. De repente, solo por haber tomado aquel micrófono, ya era un experto ante los ojos de muchos. Ponerme al frente así, a lo salvaje, me hizo destacar y me facilitó enormemente hacer networking de alto nivel en los siguientes días con todos los demás en la clase. Ya no era un mexicanito tímido y raro sentado en modo niño bueno al frente sino —irónicamente— “alguien que sabía de lo que hablaba”.
La moraleja es que no importa el status que adquieras en tu carrera profesional, no habrá un momento donde naturalmente te sientas líder y experto si no te estás taladrando conscientemente todo el tiempo que eso eres. Yo aproveché la oportunidad —y esto es algo que he hecho en muchas ocasiones— pero esto por definición significa que alguien perdió esa misma oportunidad. Tú no seas de los que pierden estas oportunidades por nada.
Y no asumas automáticamente que el tipo que está al frente es realmente un experto-experto: lo más probable es que simplemente se la creyó en el momento donde otros decidieron dudar tontamente de sí mismos.
Voy a insertarte este tipo de habilidades letales y muchas otras más en tu sistema operativo personal en mi próximo workshop premium presencial de tres días en Santa Fe CDMX. Te veo ahí, sin excusas ni pretextos. Sé todo un pro. Haz clic aquí para la “info”.
Va con amor y alpha.
Sé audaz. Y selo ahora.
—A.